El pueblo huele jodidamente mal

--Aun así, me joden los subnormales de ciudad que creen que hueles a tomillo, estos que creen que porque no les sigues la corriente no te estas enterado de nada. ¡No me interesas estúpido!, ni tu, ni tu discurso de “julandron feliz”, de listillo que se las sabe todas, ni tu, ni tu “modernez” de postal, jodido “ciudadano”--



El pueblo huele jodidamente mal. Y no, llevo equivocándome desde que comencé a crecer, a mirar los pechos de las chicas cuando estas se agachaban, a fumar sin conocimiento, a desobedecer. Así que ahora no puedo decir eso del pueblo… ¡OH el pueblo!, ¡allí todo es tranquilidad, la gente es amable, y huele bien!
Porque sigo aquí, como un ancla fondeada y en desuso, como la pintura de una naturaleza muerta.
Yo no se como huelen las ciudades, ya que apenas las he visitado, las mas, con la escuela, y entonces no reparaba en los olores, solo en las chicas, el tabaco, y en desobedecer, pero me gustan las entradas, sobre todo en las que hay centrales de estas que por la noche están iluminadas, que producen colores y destellos inverosímiles entre el blanco de las luces y el gris de las tuberías retorcidas y trenzadas sin orden ni concierto. Me gusta la periferia, donde todo es como de otro lugar, donde la pobreza se agarra al mortero de las fachadas en forma de mancha humildemente, y los pisos vecinos parecen hablar entre ellos y entenderse Me gusta el centro donde cada día ves a 10 chicas nuevas, 2 bares también nuevos y 5 cines, y aunque estos suelen ser los mismos, uno de ellos suele proyectar películas independientes, de estas extranjeras, de estas de dejarte de llevar… y entonces incluso parece que el mundo se pueda cambiar, o si el mundo es invariable, al menos merece la pena vivirlo con sus dichas y sus desgracias, porque alguna cosa nueva te puede suceder.
Porque el pueblo huele mal, y siempre igual, huele a lo mismo, a ritmo lento, a pocas variables, a no poder arriesgar, si te descuidas puedes quedar atrapado tu también por la corriente que se crea de idea única, y llegar a no hablarte a ti mismo. Tampoco te puedes ir de casa, porque a donde vas ¿a casa de tu tía?, y te dirá, tu padre es bueno, entiéndelo, el te quiere… hasta que tu rebeldía parezca pura estupidez, ¿a casa de un amigo?, al día siguiente saldrás a comprar y todos te miraran, aunque nadie dirá nada y cuando cruces las miradas, los compradores miraran a Nueva Zelanda, o serán altaneros y te regalaran bondad a cambio de hacerte sentir como un gañán, pero bueno, a lo que iba, el pueblo huele mal, a lo mismo, y cuando no, huele a granja, a maldita cirria que todavía es peor.
Porque el pueblo huele a veneno de lenguas sangrantes, a estadío, a padres pegajosos, a amigos necios que no entienden ni de naturaleza, ni de cultura, a casas húmedas y enmohecidas, a vejez, a concejal lameculos y a alcalde estúpido, en fin que no se a que huelen las ciudades, pero puedo decir aquello de… ¡Oh! las ciudades, allí hay mucha libertad, la gente es muy respetuosa y siempre hay algo que hacer, algo con lo que divertirse…

Porque yo soy un ancla en desuso, una naturaleza ya muerta.

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